Este sugerente título es el perfecto para relatar una historia que, por mucho que mi ego descontrolado me incite, no voy a poder contar en primera persona (al menos no del todo). Se trata de algo que no es nuevo, ya que lo que voy a utilizar como temática del texto es así desde el primer día en que una fémina se subió a un patín. Sin querer caer (más de lo justo y necesario) en tópicos y generalizaciones, creo poder atreverme a afirmar que las mujeres tienen un interés por su aspecto, que dobla o triplica el de (oh pobres de nosotros) los humanos de la infracategoría masculina. Por suerte para ellas, el proceso evolutivo les concedió un vello moderado y esas sugerentes curvas que tanto nos gustan, así que (para un salido incondicional como yo) a poco que se apliquen el tunning protocolario, ya me hace verlas atractivas y, en mi opinión, la tarea exagerarse hermosas les viene ya medio hecha de serie. En definitiva… que ellas suelen llevar peor que nosotros lo de estar llenas de arañazos, moratones y costras.
Esta historia va principalmente de una amiga mía (por ser ella la que me llevó a escribir sobre el tema) pero en realidad va de la mayoría de mis amigas. Va de las chicas que se suben a un patín y no se bajan… las que no sucumben ante la primera espinilla, tobillo o rodilla amoratada. Las que se llenaron tanto con la sensación dulce de ver girar el patín bajo sus pies y aterrizar de nuevo sobre él, que tal sonido y acto de rotación causo en ellas el mismo hipnotismo y adicción que el que produciría en cualquier ser humano la contemplación de la repetitiva danza de la bailarina de una caja de música. Otra vuelta más, uno poco de cuerda y otros treinta y cinco giros… cada uno idéntico en radio y velocidad al anterior. Otro intento más, un poco de aliento y otros treinta y cinco intentos de frontside pop… cada uno de ellos idéntico al anterior en intención… cada uno de ellos diferente en suerte y nivel de satisfacción… Así es la vida y así es el skate…
La bailarina de la caja lo tiene fácil en su rutina y, sin embargo, la patinadora (del mismo modo que el patinador) ha de ingeniárselas para que tanto pies como el patín empiecen por donde tienen que empezar y terminen donde les corresponde. Nada está controlado y, en lo que a skate se refiere, ni la más compleja de las matemáticas asegura el éxito . El pie trasero va aquí, el delantero allá y, cuando piso aquí, el patín ha de hacer esto o aquello. Creemos llevarnos bien e incluso calificar al trozo de madera como una extensión de nosotros mismos, pero a patadas le decimos lo que queremos que haga y a golpes nos responde que nos estamos equivocando… Si lo que queremos es que sus cuatro ruedas aterricen simultáneamente en el suelo -con nuestros pies acomodados sobre su lomo forrado de lija- nos estamos equivocando en los códigos y que lo que ha entendido es que debía descontrolarse e impactar con desmesurada crueldad en nuestras piernas… y es que el patín es demasiadas veces esa pareja insoportable que nos jode la vida y aún así nos tiene locos. Nos maltrata, nos hace sufrir y aún así nos tiene todo el día pensando en ella. Obvio, romanticón e incluso extremadamente «ñoño», pero decir que el skate es una variante del más puro amor entre dos humanos no está demasiado alejado de los parámetros que delimitan la realidad (la mía, siempre confusa, claro). Le aguantamos a ese cacharro agresiones, que no se las aguantaríamos ni a una madre y mucho menos a un amigo. La relación que muchos tenemos con el patín es amor de melodrama… Para mi desgracia he comprobado que en eso también nos gana ellas.
Hace poco se celebró un Game Of S.K.A.T.E femenino de la mano de Asiplanchaba.com. Allí se paseó mi cámara (esa cutre camarada) y aquí tenéis el resultado.
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Hay que ser más bueno que los malos, dame mi virtud, quédate mis fallos. (La Mala Rodríguez)
Buen fin de semana. Paz